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Los afiches oficiales llaman a acompañar a esta «indoblegable mujer, luchadora por un Brasil más inclusivo y democrático», a la vez que denuncian que «en Brasil hoy gobiernan los hombres blancos, ricos, y de derecha».

La realidad parece estar, como cada vez ocurre más seguido, a millones de años luz de las consignas que empuñan los dirigentes del Frente Amplio. Y a esta altura parece difícil imaginar una figura de la que un partido democrático y con empujes de honestidad quisiera estar más lejos que de la expresidente Dilma.

Apenas este domingo tuvo lugar la segunda vuelta de las elecciones municipales en Brasil, y el resultado obtenido por el partido de la «indoblegable Dilma», ha sido expresivo acerca de lo que opina el pueblo sobre su gestión.

Las urnas dieron al PT la peor cachetada electoral en décadas, con derrotas especialmente dolorosas en sus feudos históricos más potentes. Por ejemplo, perdió la alcaldía de São Paulo, y no logró ninguna victoria en el cordón industrial de la mayor ciudad del país, donde nació. Es más, el PT no logró imponerse en ninguna de las 26 capitales estaduales, perdió más de 10 millones de votos respecto de los comicios de 2012, y en materia de «prefeituras» cayó de ser la tercera fuerza nacional a ser la décima.

Por el contrario, los principales ganadores de estos comicios han sido el PMDB, del hoy presidente Michele Temer, y el PSDB del expresidente Fernando Henrique Cardoso, el primero convirtiéndose en el partido que más alcaldías ganó, y el segundo borrando al PT de feudos históricos como el ya mencionado São Paulo o Porto Alegre.

Vale señalar que si quienes gobiernan hoy Brasil son los «hombres blancos de derecha», las opciones son dos: o los censos en Brasil están todos mal, o el pueblo prefiere ser gobernado por estas personas tan horribles antes que seguir siendo robados por una mafia corrupta enquistada en el poder como ha sido el PT.

Porque el gran tema que ha motivado todo este viraje electoral en nuestro gran vecino del norte ha sido justamente la corrupción. Un esquema inmoral que ha llevado ya a la cárcel a casi toda la cúpula histórica del Partido de los Trabajadores, y que todavía puede deparar más condenas a medida que las causas judiciales sigan avanzando. Lejos de asumir como verdaderas las denuncias de persecución que han empuñado los dirigentes de ese partido para defenderse, el pueblo les ha dado la espalda de manera expresiva y ha apoyado a quienes lo han tumbado del poder de manera institucional y legítima.

Ante todo esto cabe preguntarse qué pretenden el Frente Amplio y el Pit-Cnt al recibir a la expresidente Dilma como si fuera una heroína de la patria y una impoluta luchadora por la libertad. ¿Le conviene a un partido como el Frente Amplio «pegarse» a una figura tan desprestigiada y a un partido en decadencia moral como el PT?

La respuesta claramente es no. Y la explicación solo se puede buscar en el complejo proceso interno que está viviendo esa fuerza política y que la puede llevar a correr un destino semejante al del PT brasileño.

La gran fortaleza que tuvo el FA y que le ha permitido ser la fuerza política más poderosa de los últimos 15 años, ha sido su apertura y su capacidad de representar a un amplio abanico social. A caballo de figuras como Vázquez, Astori y Mujica, el Frente fue una enorme red que supo identificar a un porcentaje enorme de la sociedad, mucho mayor al que históricamente se ha sentido afín a las ideas de la izquierda marxista que le dio nacimiento.

Tras 12 años en el poder, y con el lento proceso de salida de esas figuras históricas, las nuevas generaciones de dirigentes del FA están exhibiendo un proceso de regresión en este camino, siendo dominadas por visiones ideologizadas, intelectualoides, y con tan poco respeto por la capacidad de pensar de los ciudadanos, como por la realidad política que los rodea. Solo así se puede entender la consigna que acompaña la llegada de Dilma. Y solo así se puede entender que en un país amortiguado, de clase media, y con una tradición de diálogo político civilizado, se empuñen estas consignas polarizantes, mesiánicas, y que convierten la arena pública en un combate entre buenos y malos irreductibles. Ya que viene de visita, en confianza, podrían preguntarle a la «indoblegable Dilma» como le fue por escoger ese mismo camino.

Editorial de Diario El País.


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