“Cuando se ofrenda la vida en aras de un
propósito superior, se encuentra nueva vida
en la muerte”.
Este 20 de noviembre se conmemora el Día del Policía Caído en Cumplimiento
del Deber. Esta fecha, que fue oficialmente aprobada y promulgada por la Ley
18.377 del año 2008, pretende ser un reconocimiento a los policías que murieron
prestando servicio.
“El día 20 de noviembre del año 1933, la ciudad de Montevideo se vio
conmocionada por un violento y trágico hecho: una banda de delincuentes, que
luego de intentar el copamiento de una residencia, protagonizó varios
enfrentamientos a mano armada con policías de distintas unidades, con un
luctuoso balance. De los integrantes de ese grupo de delincuentes resultaron dos
muertos y tres detenidos, dos de ellos heridos. Pero, como ha ocurrido en la
historia de esta sociedad, la peor parte la llevó la Policía: seis muertos y cuatro
heridos.
Estos sangrientos y lamentables sucesos tuvieron como escenario principal la
zona de Paso Molino, por lo que para homenajear a los policías de todos los
tiempos y de todos los lugares del país, se realizó una modesta placita que lleva
el nombre de Plaza de la Policía “20 de Noviembre de 1933”.
Como se podrá apreciar, hace 76 años había delincuentes tan violentos y
despiadados como los hay ahora, aunque a veces pretendemos olvidar el pasado.
Por cierto, antes y sobre todo después de aquellos tristes acontecimientos, han
caído muchos policías en actos de servicio, y detrás de ellos siempre queda una
familia destruida; la institución sin un camarada querido; y la sociedad sin un
noble servidor.
Desde el año 1864, en que se produjeron las primeras muertes de Policía en
cumplimiento del deber, que se conocen y están registradas, hasta las últimas
recientemente, han caído en acto directo del servicio más de 250 policías. Es
mucho. Sin dudas es demasiado para una sociedad que se considera tranquila,
pacífica y tolerante.
¿Qué nos dice esta realidad? Por un lado, que la función policial es cierta y
efectivamente la más riesgosa, la más peligrosa de todas las actividades
humanas. Cada Policía, cuando presta el juramento de llegar hasta el sacrificio
de su propia vida para defender la ley y proteger a los ciudadanos, sabe que esto
no es solamente una declaración formal en un acto de graduación; sabe que los
riesgos son ciertos y actuales; y es consciente, aunque no la espera, que la parca
lo está acechando cotidianamente.
¿Cuánto vale el trabajo de los policías? ¿Cuánto vale la vida de un policía?
¿Cuánto vale su sangre derramada, su coraje y su valentía?
Al cumplirse once años de aquellos impactantes acontecimientos del Paso
Molino, el entonces Jefe de Policía de Montevideo, Don Juan Carlos Gómez Folle,
ordenó la realización de un acto en la plaza que hoy continúa en pie, pues
representaba “al par que una ocasión de rendir un silencioso, recogido y personal
homenaje a los camaradas que supieron tener el más grande desprendimiento en
holocausto al bien público, un motivo de honra para la Policía, que cuenta en
sus cuadros funcionales con elementos que no reparan en sacrificio alguno,
incluso el de su propia existencia, con tal de llevar a cabo el cometido que se les
ha ordenado”.
Pero, a la vez, este jerarca reconocía que ”si el escepticismo o la incomprensión
ha predispuesto el ánimo en algunas oportunidades contra estos servidores del
Estado, sin aquilatar sus positivos valores; si la capacidad numérica de nuestra
Policía produce la sensación de insuficiencia; la voluntad de estos hombres, su
estoicismo y su valor han demostrado, elocuentemente, el espíritu de sacrificio
que los anima y la disposición de rendir el máximo tributo a la sociedad que los
utiliza para su defensa”.
Estas afirmaciones se hacían en el año 1944… y, sin dudas, hoy siguen
plenamente vigentes.
Los policías saben que cuando un compañero ofrenda su vida en el desempeño
de este servicio público, no se va a decretar duelo nacional; que los pabellones no
se van a colocar a media asta; que ningún monumento ni ninguna calle va a
llevar su nombre; y que no habrá un poeta que, con bellas y sentidas palabras,
recuerde su muerte. Pero quienes han encontrado la muerte cumpliendo
cabalmente con su deber, dejan un claro y valioso ejemplo de dignidad
profesional, de entereza y de compromiso superior, que será tenido como norte,
como un imperativo ineludible de la conducta policial, por quienes hoy
desempeñan esta función y por quienes lo harán en el futuro. Para todos, el
ejemplo sublime de estos mártires del deber, será un poderoso estímulo y
marcará el rumbo claro hacia la cumbre de la sagrada misión.
“Recordar el sacrificio heroico de los que no titubearon en inmolarse en
cumplimiento del deber, adquiere una triple significación:
1) Los integrantes del Instituto tienen en ello un alto ejemplo digno de emular,
para merecer respeto y consideración; 2) El pueblo adquiere la conciencia de que
el instituto de defensa social, ejerce sus funciones tutelando sus legítimos
derechos sin desmayos y sin claudicaciones; y 3) La delincuencia tiene que llegar
a la conclusión que la autoridad pública es capaz de reprimir con la máxima
energía los desmanes en que incurre, pese a todos los riesgos y circunstancias
adversas”.
“Homenajear la memoria de los que murieron heroicamente es un acto de
estricta justicia.”
Esto lo dijo don Juan Carlos Gómez Folle hace 65 años.
La Ley No. 18.377, que oficialmente declara “Día del Policía Caído en
Cumplimiento del Deber”, el día 20 de noviembre de cada año, fue aprobada y
promulgada el año 2008. Esto no es una crítica, sino por el contrario, es un
reconocimiento al Parlamento Nacional, a los representantes del pueblo
uruguayo, del cual los policías son parte.
Se ha hecho justicia y debemos reconocerlo y celebrarlo, el respectivo proyecto de
ley fue aprobado por unanimidad, tanto en la Comisión de Constitución, Códigos,
Legislación General y Administración, como en la Cámara de Representantes y
en el Senado de la República.
Allí se dijo por parte de los legisladores:
1) “La Mesa Coordinadora de Instituciones Sociales de la Policía del Uruguay ha
tenido la idea de que esta conmemoración se declare por ley, razón por la cual
presentamos el proyecto adjunto. La aprobación de este proyecto contribuirá a
destacar, a nivel nacional, esta significativa fecha, que debe ser reconocida no
sólo por la familia policial, sino por toda la ciudadanía”.
2) “Sin duda esta fecha, sin perjuicio de otras de singular relevancia, es la
indicada para que el personal policial y la República entera, recuerden y realicen
el homenaje pertinente a todos aquellos efectivos policiales que han ofrecido su
vida en el cumplimiento de sus funciones”.
3) “No es necesario soslayar lo importante de la función policial. Nuestros
policías caídos son símbolo de sacrificio y abnegación al deber en la importante y
siempre vigente tarea de mantener el orden y la paz social”.
4) “En este caso se reconoce una de las aristas más duras de la labor policial,
que es la caída en cumplimiento del deber. Esto lamentablemente sucede y es
una realidad con la que debe lidiar el policía – lo que creo enaltece su labor de
manera adicional-, además de lo que supone la tarea que realiza para la sociedad
en un tema como el del cuidado de la seguridad ciudadana, que es tan caro para
todos los integrantes de nuestra sociedad”.
5) “Entendemos que es merecido este reconocimiento de la Cámara, tan
importante para una familia policial muy numerosa como la que tenemos en este
país. Realmente no es fácil ser policía en el Uruguay; nunca lo fue y tampoco lo
es hoy. Valoramos esa tarea como vocacional y de servicio; vocacional como otras
tantas, pero reconocemos en ella una enorme virtud y dignidad en su
desempeño”.
6) “Celebro que este proyecto haya llegado a la Cámara de Diputados. Es
estrictamente justo y, por lo tanto, hace justicia a la compleja labor que siempre,
históricamente, han realizado estos servidores públicos”.
Cuando hablo de los Policías y de su sacrificada misión, a veces se me quiebra la
voz involuntariamente. Y esto sucede porque lo sentimos profundamente, porque
forman parte de nuestra vida; porque sabemos que cuando un policía cae, lo
hace sin dudar y sin excusas, y muchas veces solitariamente; porque nuestra
mente se llena de rostros conocidos que hoy no están y de recuerdos, de alegrías
y tristezas compartidas, de vivencias comunes que no se repetirán.
La muerte es parte de la vida. El poeta Jorge Manrique, hace seis siglos escribía:
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”. También
decía: “Este mundo es el camino para el otro, que es morada”. Y cuando se
ofrenda la vida en aras de un propósito superior; en un acto extremo y sublime
de generosidad y renunciamiento, con un fin altruista y solidario con el prójimo;
quien lo hace, en verdad encuentra nueva vida en la muerte. Es la muerte que da
vida. Es la gloria tras la muerte. El caído revive en el recuerdo de sus
compañeros, de su familia y de la comunidad; y esa memoria colectiva lo
inmortaliza y hace perenne los ejemplares valores humanos que nos ha legado.
Por ello, los Policías cuyos nombres están en el bronce en aquel monumento, y
aquellos que por alguna circunstancia no se registran oficialmente, en realidad
están vivos en nuestros recuerdos y en nuestras almas. Son nuestros héroes,
nuestros guías y nos acompañan en los momentos difíciles.
Hoy, queremos evocarlos y homenajearlos públicamente, junto a sus camaradas,
familiares y amigos, con respeto y recogimiento. Queremos decirles que estamos
orgullosos de que integren nuestras filas. Queremos decir muy fuerte: ¡Honor a
los policías que la muerte encontraron en defensa de la sociedad! Queremos
decirles, de todo corazón: abnegados policías de todos los tiempos caídos en
cumplimiento del deber, ¡Por siempre, vivan!”