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Abre la puerta del museo Irene Olarreaga Gallino en Salto, como abre la de su casa. Es más dueño del palacio que el propio funcionario que lo custodia. Su pisada convencida y acelerada no da lugar a diálogos triviales, el tiempo apremia. Para el ex embajador y doctor en diplomacia Pelayo Díaz Muguerza, no hay frío ni pandemia que le impidan ponerse el sombrero y la bufanda, salir de su casa con sus 78 años a cuestas —que no le pesan— y abrir esta otra puerta para dejar de ser testigo único del abandono. Su misión: concretar la restauración de un museo olvidado. En el fondo, ver un destello de aquella ciudad resplandeciente donde vivió hasta la adolescencia.

Sabe adónde ir, conoce cada grieta del edificio que la humedad no perdona y la indiferencia tampoco. “No hay museo en el interior del país —habrá mejor conservado— que tenga el acervo que tiene este acá”, advierte frente a un óleo del mítico Federico Sáez.

Díaz es el integrante más joven de la Asociación de Amigos del Museo María Irene Olarreaga Gallino, un grupo que vela por la conservación del edificio, que en 1978 fue declarado monumento histórico. La asociación, que hasta 2014 era una comisión honoraria, tiene personería jurídica y potestad para manejar fondos y recibir subvenciones. Pero la gestión del museo en sí es competencia de la Intendencia de Salto, que según el ex embajador, dejó huérfano al museo. A su director, el arquitecto salteño Paul Bittencourt, se le asignaron otras tareas en la comuna.

Díaz empieza a recorrer: un óleo de Juan Manuel Blanes, el de Sáez —que es suyo y lo prestó—, dos de Pedro Figari, un pastel de Rafael Barradas, un dibujo coloreado y un óleo de Petrona Viera, 10 óleos de José Cuneo, 20 obras de Carmelo de Arzadun… La lista sigue.


“Este es importantísimo”, dice Díaz y señala el óleo “El gaucho de las sierras” de Blanes. Lo es por su tamaño: los personajes de Blanes no eran tan grandes como este. Además, fue la figura que se reprodujo para hacer una estampilla a principios del siglo XIX.

Lo miramos, pero el gaucho no mira. Le perforaron los ojos. Su poncho tiene cortes y el bastidor se desprende del marco, como si quisiera salir. La vida del gaucho de las sierras no fue fácil.

Antes de este salón oscuro ocupaba una pared privilegiada en el chalet Las Nubes, la casa del escritor, dramaturgo y cineasta Enrique Amorim y de su esposa, Esther Haedo. Tras la muerte de Haedo, las obras quedaron sin custodia y el gaucho fue robado. Lo encontraron en un asentamiento en Montevideo, listo para viajar a Buenos Aires. Díaz asegura que fue un robo por encargo porque fue lo único que se llevaron del chalet.

El gaucho de las sierras volvió a Salto, esta vez al museo. Sin ojos y sin vidrio se enfrenta al óleo “Retrato del Sr A. J. Díaz”, pintado por Sáez en 1897, cuando el artista tenía apenas 19 años.


«El gaucho de las sierras» de Juan Manuel Blanes.
Pero la riqueza del museo no está solo en las obras. Mientras en Montevideo se levantaba el Palacio Legislativo, en esta casa se esculpía en cedro y roble la escalera interior con tanta precisión “que podría ser desarmada como una maquinaria de relojería”, dice Díaz.

Maestros del ebanismo, la herrería y los vitrales decoraron la casa bajo las órdenes del ingeniero Luis F. Gallino Solari, sobrino de doña Teresa Solari de Gallino, que adquirió la vivienda.

“Estábamos arando en el mar. No queda huella del surco”, dice Pelayo, testigo de una época que, aún con escepticismo, lucha por recrear. Que al menos se recuerde. Para él, la deuda con los maestros es urgente.

Diario El País, nota Delfina Milder

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