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No me considero un nostálgico, vivo el presente, del pasado rescato lo mejor y las experiencias poco gratas las agradezco como aprendizaje, pero tiendo a pensar que cada época y cada momento tiene sus cosas lindas y de las otras.

Sin embargo, viendo las reacciones de los vecinos en nuestras recorridas, escuchando sus vivencias y anécdotas, se nota claramente que existe una nostalgia, una añoranza de cuando en Salto las cosas eran de otra manera.

Es cierto que han cambiado los tiempos, vivimos en otra realidad, pero no veo por qué el agiornarse debería significar perder lo mejor de nosotros.

Hoy en día parece que a nuestros gobernantes les endulzaron tanto el oído que no pueden escuchar algo que no sea un halago, no lo entienden, les suena raro.

Parece que escuchar a los vecinos decir cosas que no les gusta oír, les da el derecho a darles la espalda, las adulaciones han mareado al punto de perder el norte.

Eduardo Malaquina era un hombre al que la gente esperaba afuera  Intendencia para hablar y que escuchaba a todos, en el acuerdo y en el disenso, en la posibilidad de dar solución o no, una persona accesible, al que uno podía cruzar por calle Uruguay y saludar, un vecino.

Nuestra propuesta política busca eso, rescatar lo mejor de nuestro pasado para construir un futuro, ese legado es nuestra bandera, tenemos ejemplos formidables y un equipo preparado y con ganas.

Vamos a poner a Salto en el lugar que merece y del que nunca debió salir.

El Salto del futuro no es posible sin lo mejor de nuestra historia, la renovación que pretende borrar todo de un plumazo, está condenada al fracaso. 


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