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Por
Cecilia Eguiluz
Todos conocemos el diagnóstico de Salto: las cosas no están bien. No hace falta profundizar en estadísticas de pobreza, el aumento de los asentamientos o el deterioro de la actividad económica. Las empresas locales enfrentan dificultades para sostenerse, falta inversión, y un creciente número de salteños está endeudado. Además, Salto es uno de los departamentos con mayor crecimiento en la tasa de suicidios, especialmente entre los jóvenes.
Estos problemas —económicos, sociales, de salud, educación y seguridad— no son casuales. Son el resultado directo de decisiones políticas tanto a nivel nacional como departamental. Lo que estamos viviendo es la consecuencia de una gestión ineficiente y de la falta de visión, compromiso y empatía de quienes nos gobiernan. Muchos políticos creyeron que sacarse fotos con el presidente era trabajar por el departamento, mientras que quienes debían gobernar Salto estuvieron más preocupados por sus campañas políticas que por gobernar. Hoy, Salto vive las consecuencias de esa apatía y ambición política.
Es innegable: Salto no ha tenido el peso político necesario para resolver estos problemas. O lo que es peor, lo tuvo, pero no supieron o no quisieron aprovecharlo. Contamos con legisladores en ambas cámaras, con la conducción de Salto Grande y con direcciones departamentales en todos los organismos relevantes. Entonces, ¿qué ha faltado? Ha faltado gestión, firmeza y una visión de políticas públicas a largo plazo que prioricen el bienestar del departamento. También ha faltado capacidad para defender los grandes intereses de Salto por encima de los intereses partidarios.
El problema es claro: seguimos confiando en los mismos nombres, los mismos dirigentes que ya han demostrado su incapacidad para resolver los problemas de Salto. Repetir las mismas acciones esperando un resultado diferente es una fórmula conocida para el fracaso.
Hoy no corre más el “yo soy del Partido X”, porque los partidos no gobiernan ni gestionan. Esa tarea la hacen las personas que elegimos cada 5 años. Es hora de empezar a analizar a quién votamos, quiénes están en las listas, no solo al candidato principal. Hay que mirar más abajo y ver a quién realmente estamos dando nuestro voto. Si seguimos votando colores en lugar de personas, seguiremos estancados o empeorando.
Cada voto que damos a un partido por tradición o costumbre, aunque no nos gusten los candidatos, alimenta esa maquinaria de la que tanto nos quejamos. Somos personas, y votamos personas, no lemas. Gobiernan personas, no lemas.
Demos la oportunidad a quienes realmente tienen la capacidad de trabajar por Salto, con nuevas ideas y valentía para cambiar el rumbo. El 27 de octubre tenemos una oportunidad histórica. Podemos y debemos cambiar el curso de nuestra realidad. No podemos conformarnos con más de lo mismo. Salto merece una gestión comprometida y responsable, enfocada en su gente. El momento de actuar es ahora.
Hay esperanza, porque el poder de cambiar las cosas está en nuestras manos. El 27 de octubre no es solo una fecha, es la oportunidad de transformar Salto. ¡Este 27 de octubre, los salteños debemos decir BASTA!


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