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NO ES DIGNA PERO ES LEGAL

El químico farmacéutico Bernardo Borkenztain reflexiona sobre la ética de los medicamentos y el «deber ser» en torno a este caso.

Hace unos días surgió la noticia de que el Laboratorio Pfizer ocultó, deliberadamente, que uno de sus medicamentos podría prevenir en un porcentaje asombroso (64%) el alzhéimer pero deliberadamente lo oculto para ahorrarse los gastos y las molestias de los trámites para comercializarlo así, siendo que ya era un producto estrella como antiinflamatorio.

Más allá de lo antipático (por no decir repugnante, bah) de la medida de negarle al mundo un posible medicamento para una esperanza cabe analizar si es que tiene o no derecho de sentarse sobre una información tan importante, y que, de última también hubiera sido un gran negocio.

La primera y sorprendente respuesta es que, legalmente, tienen todo el derecho, ya que la FDA obliga a denunciar lógicamente, bajo amenaza de cargos penales, los efectos adversos reales y potenciales, pero no los hallazgos potencialmente beneficiosos, y esto es porque los medicamentos se consideran por la lógica de la «mano invisible del mercado» que opera por razones de conveniencia y utilidad, pero jamás por ética. Para el mercado la ética no es del orden de lo deontológico o moral, sino que pertenece a la categoría de los costos que se deben o no asumir. La única ética que impera es la de las ganancias.

Por esta razón es que conviene apuntar algunas cosas acerca de la ética.  Lo primero es que debemos precisar que, si bien «moral» es lo relativo al concepto de «lo bueno» o ‘’el bien», la ética opera sobre el dominio de la buena vida o la buena conducta; una es teórica y la otra práctica, podríamos decir a grandes rasgos.

De hecho, mientras la primera está atada a las diferentes concepciones de qué es lo bueno, que no es universal -si no veamos las polémicas por el aborto o el matrimonio igualitario-, y en ellas chocan modelos del bien frecuentemente antitéticos, la segunda, al ser una práctica que también depende de esa forma de concebir lo bueno, está reglada y no es tan opinable.

Ejemplo: un empleado bancario tiene como misión prestar solamente a clientes con capacidad de repago, y si bien al llegar una viuda insolvente que tiene a cargo cinco hijos pequeños seguramente desee otorgarlo (sea cual sea su moral si es una persona biennacida) la ética de su trabajo lo obliga a denegarle el préstamo porque no puede devolverlo. Como vemos, la ética es mucho más relativa que moral, ya que para una sola concepción cualquiera del bien pueden existir diferentes éticas asociadas según el caso.

En este caso nos enfrentamos a un caso de ética farmacéutica, probablemente de ética médica también, pero lo englobaremos en el área más universal de la bioética.

Ésta engloba todos los aspectos de la vinculación en lo deontológico del ser humano con la vida, toda la vida, sea humana o no y atañe a los deberes que tenemos para sustentarla y dar las condiciones para que se desarrolle de manera óptima.

El concepto fue descrito por primera vez por el pastor protestante Fritz Jahr en 1927 y ha evolucionado desde entonces. Lo que nos interesa hoy son sus principios, los que son posteriores, pero que podemos describir como: autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia.

Son bastante claros, pero, resumiendo: el primero alude a la capacidad de autorregularse de una persona o institución, de ser autónomo, y en este caso es lo que hicieron desde el laboratorio, así que este principio no se violó. El segundo establece la obligación, junto con los diez mandamientos, por ejemplo, de obrar en beneficio de los otros seres vivos (los enfermos en este caso pero solamente por el mero hecho de que por ser vivos son valiosos y no por la especulación de ganancias a obtener o gastos a evitar). El tercero, complementario, es de raíz hipocrática, y alude a que ni por omisión ni inacción y mucho menos por acción directa se puede causar daño al prójimo, y queda claro por dónde se lo han pasado. Mejor ni comentarlo.

Separadamente, el cuarto es el más importante, ya que es el que le transfiere a los gobiernos e instituciones el peso de actuar en función de los otros tres. Los estados e instituciones supranacionales tienen la capacidad normativa de emitir reglas y leyes vinculantes que permitan que algunas cosas no queden al arbitrio de los mercaderes y de la ya mencionada mano invisible de Adam Smith, tan ocupada de momento.

La obligación de estos es ocuparse de los más desprotegidos (los enfermos, y dentro de estos, los pobres, obviamente). Para eso, una decisión debe adoptarse de urgencia, y es el definir el papel social de los medicamentos.

Hay una dicotomía: o bien son un producto comercial como tantos y por ello deben ser librados a la mano invisible para que haga lo que le plazca, o bien son objeto de una política de Estado y quienes estén en el área bailarán al son que le toquen las leyes, las cuales, idealmente, cumplirán los mandatos bioéticos.

O sea, si los más desprotegidos son el bien supremo a cuidar, es claro que la decisión del laboratorio no fue ética, pero tampoco la de los gobiernos por no obligar a develar y proseguir con estudios que sean tan propicios como aparentemente este hubiera sido. Incluso podrían apoyar con subvenciones y exoneraciones, ya que muy bien se lo tendrían merecido los laboratorios si obraran bioéticamente.

Pero no, la gran defección de los gobiernos da patente de corso porque un producto de merecido es un bien de cambio, aunque el trueque sea dinero, por salud o vida, así que esta forma de actuar, lamentablemente y citando a mi maestro nuevamente, no es digna pero es legal.

Q.F. Bernardo Borkenztain
Twitter@berbork
Mail [email protected]

Montevideo Portal


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