No obstante, de haber cumplido con la promesa, pocas cosas hubiesen cambiado
En unos días el Ministerio del Interior divulgará las cifras de delitos del primer semestre del año. La rapiña, considerada la reina de los delitos, creció más de 50%. Si se tienen en cuenta las estadísticas, el gobierno, en este caso con el presidente y el ministro del Interior a la cabeza, perdió. En un país donde todo el mundo pide pero nadie ofrece resultados a cambio, el Ministerio del Interior se había fijado la meta de reducir un 30% las rapiñas. Hasta octubre de 2017 lo venía logrando en base a dos herramientas que son las que aplican los países desarrollados y que fueron elogiadas por el grupo de asesores del exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, cuando Edgardo Novick los trajo al país: uso de la tecnología e intensificación del patrullaje callejero.
El Ministerio del Interior ha apuntado a que la puesta en marcha del nuevo Código del Proceso Penal (CPP) es responsable del incremento de las rapiñas desde noviembre. Esto lo enfrentó con la Fiscalía y con el Poder Judicial, que desechan esa tesis.
Lo más lógico parece ser que así como la inseguridad es una fenómeno multicausal, también lo sea el acelerado crecimiento de las rapiñas casi desde el momento en que empezó a regir el CPP. Pero luce evidente que las nuevas reglas juegan su papel.
¿No preveían los operadores del sistema que esto podía ocurrir? Estuvieron meses y meses diciendo que gente que antes iba presa ahora quedaría en libertad. Ahora dicen con sorpresa que hay mil presos menos que el año pasado. Claro ¡si eso fue lo que estuvieron anunciando durante meses y meses!
El Ministerio del Interior debió estar más atento y ajustar esa promesa, pero está tan acosado por la delincuencia que hubiese sonado a una excusa, como otras que le ha señalado la oposición.
El ministro Eduardo Bonomi es el principal mariscal de esta derrota que implica que el gobierno haya hecho una promesa que, de haberla alcanzado, le hubiese aportado muy poco a la imagen en el tema seguridad. Los uruguayos se sentían inseguros con 4 mil rapiñas en los 90 y se sienten inseguros con las más de 20 mil de hoy. Seis mil rapiñas menos no hubiesen cambiado para nada la situación ni la sensación de inseguridad que tiene la gente.
Contra eso no hay quien pueda. Haber reducido 30% las rapiñas hubiese sido bueno para evitarle a las víctimas el mal momento, pero en modo alguno para la consideración de quienes creen que Bonomi debe renunciar.
Nunca antes desde el gobierno o el Ministerio del Interior se había hecho una promesa así y de haberla existido, todos hubiesen perdido, porque las rapiñas no han hecho otra cosa que aumentar gobierno a gobierno.
Hay quienes sostienen que una cosa era tener 4 mil rapiñas y otra tener 20 mil. Pero para que haya 20 antes tuvo que haber 4. Si con el mismo criterio fuésemos a medir los logros del gobierno en la baja de la mortalidad infantil, habría que adjudicarle el éxito al Frente Amplio. Y no es así. Si la mortalidad infantil está en menos de 7 cada 100 mil nacidos vivos, fue porque antes, gobiernos de los partidos tradicionales, la llevaron de 14 a 12 y luego a 10, y así.
Con las rapiñas, todos perdieron. Pero así como los anteriores ministros del Interior evitaron presentarse como el principal policía, se cuidaron de no defender públicamente estrategias que hoy funcionaban y mañana quizás no, y evitaron polemizar abierta y repetidamente con otros poderes, Bonomi hizo todo lo contrario.
El ministro perdió en las cifras, pero estas son solo la representación más visible de otras derrotas. Porque así como la inseguridad y su combate es multicausal, también lo son las derrotas; y ni siquiera tiene que ver con si se está aplicando la estrategia correcta. Ya se sabe: la victoria tiene mil padres pero la derrota es huérfana. Por eso Bonomi aparece tan solo mientras que la responsabilidad de Ministerios tan o más involucrados en el tema seguridad pasan por debajo del radar. Medio siglo se demoró el Uruguay (y todos sus partidos) en ingresar a Casavalle para construir Estado y ciudadanía con médicos, sociólogos y barrenderos, y no solo con policías. Se pretendía bajar 30% las rapiñas con delincuentes que empiezan a los 8 años, que abandonan la escuela, que viven en la mugre, que no conocen otra cosa que la violencia y el delito, con cárceles que los expulsan más rabiosos de lo que entraron. Bajar 30% las rapiñas era una promesa lo suficientemente importante como para que todo el gobierno se involucrara en la tarea. Pero no ocurrió. Tuvo que salir el jefe de la Policía Nacional, Mario Layera, a advertir la soledad en que se encontraba el Ministerio del Interior para que algo se moviera. El consuelo que puede tener Bonomi es que la situación no hubiese sido mejor si cumplía con la promesa, porque la lucha contra el delito lleva implícita una lógica perversa: lo que ocurre es su responsabilidad y lo que evita nadie lo sabe ni lo sabrá.
Fuente: El Observador